NO MERECE LA PENA MORIR POR UNA QUIMERA
En lo evidente de lo absurdo me pregunto: ¿Qué es lo que nos hace permanecer enganchados a una quimera y morir de amor? ¿Qué extraña fuerza nos atrae que caemos rendidos a sus pies?
Nos inventamos mil historias para mantener el tipo, para sostener esa hipótesis con la que poder seguir alimentándonos. Intentamos agarrarnos a esa historia que nos ha estremecido, meneado, golpeado e incluso asesinado.
Así al menos, tenemos algo donde aferrarnos. Así, no nos sentimos perdidos en esta selva, donde todos los principios han desaparecido, donde cada uno lucha por sus intereses, por sus convicciones, por su lado.
Nos aferramos a ese último aliento, a esa bocanada de vida, a ese temblor que nos ha dejado en la cuneta. Dan igual las heridas, da igual el dolor que nos ha proporcionado, da igual cuanta sangre derramada haya sido necesaria…
Creamos mil excusas para poder disculpar su comportamiento. Lo encubrimos, lo justificamos, lo defendemos contra viento y marea.
Necesitamos hacerlo así. Sino, no podríamos sobrevivir en esta tierra de nadie.
Nos atrae lo complicado, lo difícil, lo que es un imposible. En el fondo nos gusta la lucha, incluso con nosotros mismos.
¿Pero dónde está el límite? ¿Dónde empieza la farsa y dónde termina la verdad?
Podría decir que simplemente no hay límites. Podría decir que el amor no entiende de razonamientos. Podría seguir inventando excusas para mantenerlo a mi lado, para no arriesgarme a coger las riendas de mi vida.
Podría decir, que cada persona tiene su propio código. Que cada individuo, tiene sus razones personales para actuar de determinada forma. Que no siempre lo blanco es blanco, ni lo negro es negro. Que a veces, hay matices intermedios que olvidamos.
Podría decir, todo aquello en lo que creo, todo aquello que siempre utilizo para justificarme, para justificarlo. Podría interpretar sus palabras, sus caricias, sus miradas, sus silencios… pero, sólo sería una interpretación mía. Y tal vez, sólo tal vez, una de esas conjeturas diera en el clavo.
Estamos continuamente inventando. Nos creamos un papel y decimos amar a quien no amamos. E incluso decimos no amar a quien amamos. Nosotros creamos el guión a nuestra conveniencia. A la conveniencia de ese corazón que no sabe como librarse de los miedos, de las ausencias, de la soledad.
En el fondo todos somos unos cobardes. Tenemos tanto miedo al dolor… que evitamos todo aquello que pueda provocarlo. Incluso aferrándonos a un imposible. Sosteniéndonos a algo, da igual a qué. Lo importante es no sentirnos solos en medio de ese naufragio.
Sentir que tenemos algo donde cogernos. Para seguir sintiendo que estamos vivos, que sentimos. Que nuestro corazón no se ha helado, que sigue latiendo en medio de la tormenta. Seguir enganchados, para no desprendernos de aquella vez que fuimos felices…
¿Pero qué pasa con la felicidad actual, la verdadera? ¿Qué pasa con esos sentimientos que sí que están helados, bueno mejor dicho congelados en el pasado? ¿No será que nos aferramos al pasado para no enfrentarnos al presente?
Cuesta mucho descubrir, que no te queda nada donde agarrarte. Que la única opción, es comenzar de nuevo. Volver a construir desde ese vacío infernal en el que todo es árido y desierto.
Todo es incierto y desconocido. Estamos de nuevo en pañales. Hay que volver a aprender lo aprendido. Hay que desechar viejas creencia, para adaptarte, a esta tierra de nadie, donde cada uno sigue sus reglas.
Tenemos que volver a aprender a nadar, unos guardando la ropa y otros confiando en la gente.
¡Cuesta tanto empezar de cero! ¡Cuesta tanto confiar en el futuro! ¡Confiar en el destino!
¡Cuesta tanto abrir tu corazón de nuevo!
Volver a desnudar tu cuerpo y tu alma. Volver a recorrer nuevos cuerpos, nuevos pensamientos, nuevos conflictos, nuevos silencios.
A todos nos aterra los cambios, aunque ese cambio, sea, alguien muy cercano.
Alguien a quien admiras y aceptas. Alguien que está ahí, tanto cuando ríes como cuando lloras. Alguien con quien la paz reina a su lado. Alguien que te hace reír, con quien las horas se hacen segundos. Alguien que responde a tu llamada. Ese alguien, en quien piensas cuando estás triste y estás contenta.
Ése que abre el pecho en canal y expone sus credenciales… aunque sean dolorosas, hirientes e incluso desagradables…
Ése que sabe que las palabras que no se han dicho, se quedan sin decir. Y que una huida es siempre una derrota.
Ése que da la cara, que alega en su defensa cuando algo te ha dañado, porque reconoce, que no se puede dar una callada por respuesta. Sabe, que ha de dar simplemente una explicación, aunque a veces no la haya. Incluso eso, tiene más valor, que dejar a la otra persona en la incertidumbre, en la incógnita.
Simplemente es ese alguien que está, que no es una ficción, ni es una invención de tu dolido corazón para no sentir la soledad.
Pero en vez de destronar al fantasma seguimos inventando excusas…
Si me quiere, lo que pasa es que… Me ha hecho daño pero ha sido sin querer… No me llama, pero sigue pensando en mí… No me dice lo que siente, pero es porque no puede… Me muero de amor, pero él se lo merece…
Basta de escuchar la voz de esta tonta infeliz. Hoy he bajado los pies a esa tierra donde rara vez desciendo. Hoy ha hablado la cordura, esa con la que siempre ando enfadada. Hoy en vez de velar lo evidente con mascaras de colores, voy a mirarla de frente, voy a provocarla. Hoy, vamos a vernos las caras.
No nos engañemos, todo es mucho más sencillo.
Simplemente lucha por el amor cuando la persona esté ahí. Contigo, de la mano. Luchando juntos vuestras batallas independientes. Curando las heridas con mimo y amor. Cosiendo los desgarros con paciencia y tiempo. Dedicando tiempo en conoceros, comprenderos, compenetraros, ayudaros…
Lucha, simplemente lucha, cuando esa persona luche por ti.
No merece la pena morir por una quimera.