domingo, 12 de diciembre de 2010

DURMIENDO CON MI ALMOHADA


DURMIENDO CON MI ALMOHADA

Eran las tres de la mañana cuando regresaba a casa, emborrachado de whisky y perfume. Había caminado por las calles desiertas durante horas. Esta noche el alcohol se había acoplado en su cabeza zarandeando sus pensamientos aletargados. No recordaba qué era lo que le había echo salir corriendo de aquel establecimiento, si las risas fingidas de aquellas mujeres que enjuagaban su tiempo entre vino e hipocresía o la necedad de las conversaciones que escuchaba cada noche tras haber tomado dos copas. Sólo reconocía que era el momento de escapar de todo eso, era el momento de regresar al hogar. Allí lo esperaba su compañera, esa que había estado a su lado en los momentos difíciles. Esa que había aguantado pacientemente sus noches de juerga y su despecho por la vida.
¿Cómo había podido estar tan ciego?
¿Cómo había ignorado a la persona que dormía a su lado?
A veces, somos así, nos dejamos deslumbrar por falsas estrellas que brillan sin luz propia, corremos tras ellas, intentando atraparlas porque lo oculto nos atrae, nos seduce, nos introduce en ese yo enigmático que juguetea con la vida, los sentimientos. Despierta la parte primitiva de la persona, el animal que corretea dentro de nosotros, y se alimenta de nuestras miserias. E ignoramos las pequeñas luces que relucen a nuestro alrededor intentando hacerse un hueco en nuestro corazón, pero como lo tenemos tan cerca, tan accesible, ignoramos.
Eso le había pasado a él, se había dejado deslumbrar por aparentes quimeras y había apartado la luz verdadera que brillaba a su lado. Pero esta noche, el alcohol fiel aliado del alma, había destapado su parte inconsciente, esa que duerme al acaparo del miedo y de nuestras carencias, ocultándose para no tener que enfrentarse a aquello que nos zarandea. Así que después de deambular por la ciudad buscando respuestas a todas sus preguntas decidió regresar a ese lugar del que había huido hacía ya varios meses, porque aunque su persona, la parte física de su yo, regresaba cada noche a dormir al lado de aquella mujer, su otra parte permanecía lejos de ella, tan lejos que a veces ni él mismo conseguía alcanzarlo.
¿Cuánto tiempo hacía que no la miraba a los ojos? ¿Cuánto tiempo hacía que no la veía sonreír? ¿Cuánto tiempo hacía que no se preocupaba de otra cosa que de si mismo?
Recordó avergonzado las primeras veces que regresó a casa  a altas horas de la noche ebrio de ilusorias sonrisas y juguetonas miradas. Y cómo ella dolida y aturdida le recriminaba su tardanza y su indiferencia.
Humillado, bajó su cabeza, detuvo sus pies, y se adentró en el mundo siniestro de sus recuerdos. Pero no quería recordar aquel tiempo, no podía soportar el dolor que había palpado en su rostro, el dolor que había fraguado en sus entrañas. En este instante, intuía que la ceguera había empañando sus ojos, el egoísmo se había hecho su compañero, ese que siempre lo acompañaba, lo presentaba a las demás bajezas del mundo, esas que apartan lo puro, lo ecuánime, lo insólito, lo verdadero.
No, no quería recordar aquellas noches en las que ciego de emociones y empachado de ego, la despachaba con palabras vacías y dormía placidamente. Ignorando que ella permanecía en vela, noche tras noche, debatiéndose entre la agonía y la cordura para poder mantener su templanza.
No, no quería recordar la de veces, que ella peleó, luchó, batalló para que regresara a casa sediento de sus besos y hambriento de su cuerpo. Pero él, miraba con las gafas sin vidrio del miope que no ve más allá de sus narices. Porque no podía contemplar lo que tenía cerca, ya que lo que observaba de lejos lo veía borroso, enigmático, inaccesible. Y le instaba a marcharse a saborear el sabor de lo desconocido, de lo nuevo, lo escurridizo.
No, no quería reconocer que  así fueron pasando los días, las semanas, los meses. Hasta que ella dejó de recriminarle su tardanza, se apeó de la carreta de su vida, para caminar sola, sin su apoyo, sin su aliento. No, no quería verlo, no podía soportar la idea de que la había abandonado a su desdicha, sin una mano donde apoyarse, sin un soplo de aire cuando se asfixiara, la había dejado sola, completamente sola en este mundo desierto.
Ahora reconocía, que él vivía ausente de todo aquello que no estuviera dentro de su piel, vivía su vida, sin percatarse de que a su lado, cada noche un cuerpo temblaba de pasión al roce de su mano, al olor de su cuerpo.
Recordaba con dolor la de veces que ella se acurrucaba en su regazo cuando él cansado de pícaras miradas y juguetonas palabras regresaba a casa, pero aquel hombre, ese que ahora se debatía entre lo real y lo efímero, permanecía impasible ante aquellas muestras de amor y dormía al amparo de las botellas vacías de ron y de las burlonas cosquillas de esas mujeres que despertaban la fiera hostil que luchaba por encontrar salida en este mundo.
Si, ahora distinguía que ella un día cansada de tanta indiferencia, se giro, le dio la espalda y durmió sin esperar ya nunca más nada. Y él sumido entre dos mundos, no se percataba de nada, actuaba como si la escena de su vida, aquella en la que un día fue feliz, se hubiera congelado, aplazado, a espera de que él volviera. Sin comprender que el tren de la vida, no se detiene.
Exhausto, no queriendo detenerse en sus pensamientos, retomó su camino. El silencio reinaba en el ambiente, las calles desiertas, en penumbra y alumbradas por la sola luz de varias farolas, eran sus compañeras. El cielo estaba cubierto de nubes, pero en uno de sus huecos pudo contemplar el halo de la luna llena que de vez en cuanto, entre nube y claro, aparecía. Por primera vez después de muchos meses, se detuvo a contemplar la noche. Esa que le había acompañado tantas horas de lujuria, descontrol y desatino. Esa que le había invitado a  alejarse de su rumbo, tentándolo con los hechizos ocultos del destino.
En las viviendas con las que se topaba a su paso, las luces permanecían apagadas, en esos hogares, el ritmo de la vida seguía su curso. Eran las tres de la madrugada, y entendía que ahí, debajo de esos techos, era donde se lidia con lo mundano, con las realidades agazapadas, con lo cotidiano, y porqué no, también con lo nimio, lo aburrido. Pero, así es la vida, o llena de vaivenes o empachada de rutina. 
Esta noche, el plomo corría por sus venas. Se adentraba en los confines oscuros de sus adentros. Se resguardaba del frío con La chaqueta de cuadros que le cubría hasta las rodillas, y la bufanda azul regalo de su último cumpleaños. Pero todo esto se interponía en su caminar, era una pesada carga, hoy hasta su piel le incomodaba.
Esta noche, después de muchos meses ese hombre que se había preñado de miserias, de vacuos momentos, de falsedad simulada, de horas de tedio y agujeros, había dado a luz… y entre dolores había comprendido que había parido su desconsuelo, su descontento, sus insatisfacciones, sus voces calladas, sus silencios escupidos, su ira contenida.
Se reprochaba su comportamiento, había vivido encerrado en su castillo de cristal, pasando indolente por su lado. Él se había justificado con la falsa excusa de responsabilidad en el trabajo, de necesidad de espacio, de horas de ocio. Pero no había argumento capaz de acallar a su conciencia, el sabía que aunque su cuerpo estaba allí, a su lado, durmiendo al otro lado de la cama, su sombra, ese animal sediento de carne y de sangre despedazaba la vida entre copas, humo y mujeres sin alma.
Aunque alguna noche, cuando el firmamento le gritaba que despertara, que se pusiera las gafas y mirara aquello que sólo las mentes sanas pueden ver. La abrazaba en silencio, a hurtadillas para no enfrentarse a sus ojos, a su belleza intacta. Así día tras día, unas veces fingidamente saciado de vida, entonces dormía placidamente ignorando a aquella mujer que lloraba entre las sombras, y otras veces, se acostaba a su lado, le hablaba, le contaba sus problemas, sus miserias, pero ella no reaccionaba. Entonces él le reprochaba su silencio, su indiferencia, su desdén.
Lo que él no apreciaba era que al principio ella reaccionaba al tacto de sus manos, esperanzada en su regreso. Pero poco a poco, se le apagó la llama, y esa piel que se retorcía por un aliento, por un encuentro, dejó de sentir.
Y el tiempo fue pasando y aquellas luces que brillaban tan altas, fueron desapareciendo, y donde había destellos, ahora sólo encontraba oquedades. Aquello que era accesible se hizo inalcanzable y entonces  apetitoso para su boca hambrienta.
Así que allí se encontraba él, delante de la puerta de entrada de su hogar, con un aborto entre sus piernas, y luz ante sus ojos. Sabía que era hora de traspasar el umbral, de reconciliarse con su vida. De pedir perdón, de valorar lo que se cobijaba detrás de esas paredes.
Angustiado, sin mucha premura introdujo la llave en la cerradura, esa que tantas noches se había resistido a su violación, a esa penetración sin sentido, sin motivo, sin alegría. Noche tras noche había abierto esa puerta, la había franqueado, sin ningún tipo de remordimiento, incluso se había acostado a su lado y acariciado sin inquietud. Pero hoy algo le hacía presagiar lo inevitable.
Cerró la puerta despacio, intentando no alterar el silencio que allí reinaba. Depositó su abrigo en el perchero y las llaves en el aparador de la entrada. Alzó la vista  y pudo contemplar su imagen reflejada en el espejo, pero lo que allí distinguía no era lo que él reconocía en su cabeza como su persona. Su pelo se había cubierto de canas, su vientre se había abultado, sus fachas eran descuidadas, desahuciadas. Se observó las manos, antes tersas y delicadas y ahora arañadas, desajustadas.
¿Cuánto tiempo hacía que no se contemplaba tal y como era? ¿Cuánto tiempo llevaba oculto detrás de esos muros que lo disimulaban?
Caminó despacio por el pasillo que lo llevaba a su alcoba, inserto en sus pensamientos moribundos. Cuando hubo alcanzado su aposento,  se acercó a la cama y lentamente se aproximó hasta el otro lado, donde ella dormía. La contempló bajo la tapa, dormía plácidamente sin realizar ningún ruido. Destapó la manta para besar su rostro y con desolación advirtió que sólo era una almohada dispuesta en el otro lado de la cama.
Desconcertado encendió la luz, para avistar con más acierto qué era aquello con  lo que había estado durmiendo durante mucho tiempo. Efectivamente, era la almohada con la que ella dormía, que se hallaba dispuesta a lo largo del lecho. Enfurecido, tiró de ella con fuerza para lanzarla por los aires, contemplando que junto a la almohada volaba también una hoja de papel. Confuso se agachó a recoger el pedazo de papel, advirtiendo que era una carta manuscrita, con la letra de ella. ¿Cuánto tiempo llevaría la carta bajo la almohada?
Con las lágrimas recorriendo su rostro, se sentó para leer detenidamente sus palabras. Poco a poco deshizo el pliego de papel, que se hallaba doblado en 4 pliegues y comenzó a leer.
La fecha era de hacía ya dos meses y comenzaba diciendo:
Lo siento mi amor, pero me marcho…
Se detuvo para enjuagarse las lágrimas que con más fuerza se deslizaban por su rostro, no podía controlar ese manantial de sentimientos que se había desatado, ese río imperfecto que se había apoderado de su templanza, su control.
Más tranquilo, reanudó la lectura:
Aprendí a vivir sin ti. Hubo un día en el que te necesitaba más que el aire para respirar. Pero tú me apartaste de tu lado. Me obligaste primero a caminar junto a tu carreta, porque yo era una pesada carga para ti. Más tarde a unos pasos más atrás, porque tú corrías tras el viento a mucha velocidad y yo no podía alcanzarte. Hubo un tiempo en el que me asfixiaba, sentía que el aire me faltaba si estabas lejos, pero aprendí a respirar menos, a necesitar menos aire para sobrevivir. Algunas veces te aproximabas a mí y entonces el aire volvía a mis pulmones, pero seguidamente volvías a marcharte, provocando en mí el sofoco, la asfixia.
Entonces comprendí que debía aprender a vivir sin aire. Y así lo hice. Tú te fuiste alejando y yo también me fui, lentamente primero, esperando a que regresaras, a que comprendieras que tampoco tú podías respirar sin mi aire. Pero más tarde advertí que no necesitabas nada de mí, que respirabas otro aire más fresco, menos viciado. Entonces me sumí en la más infinita tristeza, pero tú nunca lo viste. Nunca advertiste que me moría poco a poco, que matabas mi alma con tu desprecio, tus desaires, tus idas y venidas.
Un día llegaste tarde, te acurrucaste a mi lado y rozaste mi rostro, yo me giré para besarte y pronunciaste otro nombre que no era el mío. Entonces comprendí que era hora de marcharme, que nunca me verías, que nunca valorarías lo que era, lo que fui. Así que poco a poco aprendí a no necesitar tu aire, hasta que llegó un día en el que aprendí a respirar sin ti.
Así que me marcho, dejo mi almohada en mi lugar…
¿Cuánto tiempo hará falta para que te des cuenta de que duermes con mi almohada? ¿Cuándo te darás cuenta de que me he ido?
No me busques, me he marchado lejos, nunca más volveré. Mataste mi alma.

Con la miseria como compañera, arrugó el pliego de papel y lo lanzó contra la almohada depositada en el suelo. Enfurecido, más consigo mismo que con los demás, advirtió que en su alcoba sólo había una cama, no había nada más que eso.

¿Con cuántas almohadas has de dormir hasta darte cuenta de que nadie respira tu aire?

martes, 7 de diciembre de 2010

CEDO ANTE TI

CEDO ANTE TI

Cedo ante ti, ya no puedo seguir huyendo. De nada sirvieron enmascarar las palabras, engañar a los sueños, disfrazar los sentimientos de fortaleza y razón para no tener que atender a los dictados que mi alma grita como verdadero.
No soy yo estas manos que escriben, no soy yo, este cuerpo que danza y respira, no, no soy yo, ésta que habla por mi boca y esconde lo que siente.
No soy este cuerpo, no soy esa mujer morena de sonrisa franca y mirada eterna. Esa no es más que la chaqueta que cubre mi esencia.
¡No me mires con tus ojos! ¡No me toques con tu cuerpo!  Que ellos no podrán verme. Me cansé de esconderme detrás de esta piel para no tener que enfrentarme a lo que bulle ahí dentro, para no tener que poner nombre a los sentimientos. 
Cedo ante ti, ya no puedo seguir huyendo. Los matices siniestros del destino reivindican su lugar en esta historia, destruyen sin piedad los amagos indulgentes de este llorar profundo que no comprende mi cuerpo, pero que sin embargo presiente. La razón no entiende los esquemas sintetizados de mi alma, no entiende las lágrimas privativas de estos ojos que no quieren ver más allá de este sentimiento que me alza tan alto que puedo tocar las estrellas.  Cuando has hurgado en el alma, el cuerpo pierde su valor, sólo es un estuche de alegres colores que guardan a esta mujer llena de sueños e ilusiones. A esta mujer que engulle libros y vomita las palabras que en su interior se encierran.
Cedo ante ti, ya no pongo más cadenas. Dame tu mano, apresa fuerte la mía, que no pueda volver a escapar, que no quiero seguir corriendo detrás del viento, que sé que nunca lograré alcanzarlo pero que en mi sueños mas profundos apreso.
Llévame lejos, que la tez de su silencio vuelva a mirarme a la cara, que quiero verlo, que sus ojos me pueden, que sus labios me incitan a mezclarme con mi alma y a no sucumbir a los deseos de mi cuerpo.
Llévame lejos, que las pasiones devoran el alma y hasta el sueño. Que quiero desterrar los falsos sentimientos, que se han apoderado de mi corazón y de mi cuerpo. Pero yo no soy esa, yo deshojo margaritas y vivo buscando lunas. Camino a pasos silenciosos entre la maleza para no despertar a las fieras, para no tener que tirarles de las orejas.  Pero a veces, aunque no quiera, ellos me miran, me observan, elevan sus voces, sus gritos de guerra. Entonces yo me giro, me enfrento a ellos, desarmo sus verdades sólo con mis silencios. No es más fuerte quien más grita, ni más humilde quien más calla. La mezcla perfecta vive en los frascos trasparentes de las almas eternas, esos que no esconden lo que sienten, que se enfrentan a sus fantasmas, a sus hadas y a sus duendes. Aquellos que encontraron su verdad entre los escombros de sus miserias.
Que no sirvo para columpiarme en falsas estrellas, yo trenzo el aire, y subo a mezclarme con ellas. Que yo vivo entre dos mundos, éste,  sensato y cuerdo, y aquel  en el que las almas hablan entre ellas, se reconocen y hacen pactos sin dueños. Que lo terrenal no me interesa,  ni las conversaciones vanas y ni las sonrisas superfluas. Porque cuando río, río de verdad, porque tus palabras la desencadenan. No sé hablar por hablar, simplemente para llenar de voces el espacio vacío del tiempo.
Cedo ante ti, me fallaron las fuerzas. De nada sirvieron el roce de otras manos, ni los besos de otra boca. Ni engañar lo sentido, ni obligar a sentirlo.
No, de nada sirvió el tiempo transcurrido, ni el olor de una rosa, ni la música celestial en mis oídos. Que sólo sé amar a corazón abierto, con desgarro, con sentimiento. Que no sé ocultar los sentimientos, ni callar, gritar, o suplicar por un beso.
No soy aquello que quieres ver, deja de engañar a tus ojos sedientos. Soy calmada y tímida en apariencia, pero dentro de mí se halla una mujer que se oculta entre las luces, que pasa desapercibida ante la mirada miope de las apariencias, que reconoce el aroma, que cierra los ojos para sentir, para distinguir a las almas encerradas en falsos cuerpos, estos que huyen de sus esencias, que se camuflan entre las sombras, para no enfrentarse a sus miedos. Porque yo no entiendo de sutilezas, ni de carantoñas, ni de camuflar las palabras para que no ofendan.  Que siempre digo lo que siento, no quiero silenciar lo que mi alma me grita sin freno. Que soy libre detrás de este cuerpo, no soy tuya, no soy de nadie, mi alma ama a corazón abierto.
Así que cedo ante ti, no combato más en esta guerra, me retiro, me marcho muy lejos.
Búscame en mis poemas, en mis versos, en estas estrofas. Me sumerjo en ellas y danzo un baile perpetuo. Así que me voy a descansar, a beberme a sorbo este veneno, que me limpie por dentro y escupa con ganas las voces zafias y las palabras sin argumento. Que soy lo que soy, el odio no entra dentro de mis lamentos. Si me dañas, me doy la vuelta, me giro, desaparezco.  No sólo daña aquel que grita, que los silencios penetran lento, sin pedir permiso entre las grietas de tu templanza, desmoronándola, sumiéndola en la tristeza, en la apatía, en la añoranza. Que no entiendo de mentiras, ni de los escurridizos sentimientos que aparecen hoy y se esconden al alba.
Que cuando amo, amo de verdad, sin posesiones, sin rencores, ni historias vacuas. Sólo sé amar sin medida, sin control, sin pedir nada a cambio. Que el amor no es un chantajear de formas, ni de intereses, ni de un comedido control de sentimientos. Que amar es sólo amar, no entiende de fronteras ni de distancias. El tiempo no hace el olvido, sólo camufla la añoranza.
Cedo ante ti, me desnudo, me despojo de mis murallas.
Devuélveme mis alas, que andar a ras del suelo araña mis sandalias. Me cansé de esconder mi alma inquieta, de despertar miradas, de levantar cabezas. Ya no escondo lo que soy, medio humana, medio eterna. A veces rasgo mis heridas, abriéndolas en canal para que sangren, adentrándome en los abismos, en los infiernos, en las mil dudas. Destrozando puertas, anegando estancias, zarandeándome para que emerja.  Y otras soy remanso calmo de aguas, donde navegan todos los sabios sentimientos. Entonces no juzgo tus acciones, las palpo, las entiendo, las perdono. Te lanzo en cada pensamiento amor, para que crezcas, para que aprendas, para que rechaces lo superfluo y te adentres en el manantial que circula por tu centro.
Cedo ante ti, las letras me llaman en silencio, me piden que las mire, que me lance mar adentro, entre sus párrafos, sus estrofas, su armonía perfecta de fragmentos.
He dejado de huir, comprendí que no puedes escapar de tus sentimientos, ni de tu camino invisiblemente marcado, ni de la esencia que llevas dentro.
Cedo ante ti, ya no me opongo al sentimiento, simplemente me marcho, sonriendo, feliz de haber saboreado la medida perfecta de dos cuerpos, feliz de haber pactado nuestro encuentro.

domingo, 14 de noviembre de 2010

GRACIAS POR SER, POR ESTAR

GRACIAS POR SER, POR ESTAR

Como alondra acudo a tu nido empapada de sueños. Tus alas me abrazan y en un suspiro desatas mis miedos, mis rasgones, mis desesperanzas. Me acunas y siento la calidez de tus manos que lentamente surcan el manantial de ese río desierto de besos.
Desciendo poco a poco al centro de mi universo, al origen de esta vida calmada que esperaba tu llegada. Me tomas y siento tu calidez en mis ropas, recoges del suelo los desgarros de este traje con el que transito lleno de jirones. Hilvanas uno a uno mis dolores, mis sufrimientos y los acicalas de hilos de colores dándole un nuevo amanecer. Mi piel se viste de esperanza y mis harapos se tornan en ropajes cuando me miras. Siento que tus ojos pueden verme, sentirme.  Viajas sutilmente por mi interior y balanceas este barco anclado entre matorrales hacia mar adentro. Me muestras con tus palabras la dulzura, la franqueza, timoneando mi vela hacia aguas pacíficas donde el amor ha varado.
¡Me haces sentir tan grande! Que puedo tocar las estrellas. Me empinas con tus manos y me alzas hacia ese lugar donde no existen fronteras. Hay luz en tus ojos y alumbran sin pretensiones mi camino.
A tu paso todo se vuelve efímero, todo pierde su valor. Tu lo ocupas todo, mi espacio, mi vida, mi ser. Caminas a mi lado acariciando suavemente mi mano, el mundo desaparece, sólo existimos tú y yo. Tus pies se detienen y me contemplas, veo lo que tú ves y me haces eterna. Siento que puedo escapar de este cuerpo donde me sentía atrapada y volar contigo hacia ese firmamento donde todo es posible. Tus labios besan mi boca empachándola de sentido, encuentran en tus labios el hueco donde anidar, donde descansar de tanta lucha, donde saciar esa sed que devoraba mi alma ansiosa de caricias.
Siento tu ternura en cada roce de mi piel, cuando suavemente la surcas disfrutando de su tacto, de su olor, de su aroma. Tus palabras despiertan a esa mujer que llevo dentro, haciéndola grande, sublime, hermosa. Recorres mi cuerpo dulcemente provocando en mí el caos, la desesperación y lentamente trasmutas el sentimiento en infinita paz, armonía, amor.
Sabía que me encontrarías, entre mis letras, entre aquello que escribía para que me sintieras. Ahora estás aquí y no tengo palabras, Paz era y paz soy, gracias por mostrarme lo que perdí en el camino, gracias por ser, por estar…


Tejedora del viento 11 noviembre 2010

jueves, 28 de octubre de 2010

QUIERO ESTAR SOLA, QUIERO OLVIDAR

Perdida entre los entresijos de mi morada, busco sin buscar mi rumbo. He parado a descansar, a encontrar esa callejuela que me lleve a la salida de este laberinto en el que me he extraviado. Fui para volver y me encontré vagando entre avenidas insulsas donde todo carece de sentido.
Cansada de buscar me vuelvo para mi mundo, que nadie me llame, que nadie quiera entrar en él, ahora cierro la puerta, quiero estar sola, quiero olvidar.
Quiero perderme entre mis letras, entre esas historias que invento, escribo para vivir.
Necesito sentir que aún me queda tiempo, que todo no has sido en vano, que mereció la pena tanto esfuerzo, tanta lágrima derramada, tanto apuesta por nada, tanto esperar a que un día llegaras. Pierdo mi fe y necesito recuperarla. Necesito encontrar ese lugar donde anidan mis sueños, donde se despiertan mis esperanzas, donde puedo ver lo que ahora no veo.
La ceguera empaña mis madrugadas, perdí la visión de tanto buscar y no encontrar nada. Todo está oscuro, todo ha perdido su brillo, su color, su ritmo. Me aferro a esos destellos que de vez en cuando surcan el cielo, pero, poco a poco me desato de la cuerda que los ata y me escapo hacia adentro, hacia la oquedad de este silencio que me acompaña, hacia el inframundo de mi vida cansada. Necesito descansar, oír las voces honestas del que habla, escuchar los susurros del alma, abrazarme a mis recuerdos, acurrucarme en la almohada de los bueno momentos, necesito volver a sentir aquello que hoy se escapa entre las ranuras de mi vida postergada.
Me cansé de vagar por el mundo, de buscar entre los escombros alguien que surcara mi mismo cielo, que planeara muy lejos de la mezquindad y la desgana. Pero siempre me encuentro errando entre nimias palabras, escasos pensamientos, siempre tropezando con las aristas del mundo, rasgando sin perdones mis esperanzas, desgarrando la piel de mis suspiros y descosiendo de mi traje la silueta de tu cara. Siempre las mismas penas, las mismas miserias gastadas, las mismas manos deshonestas, las misma opulencia de artimañas.
Me voy a mi mundo, me encierro entre las paredes de mi casta, esa que comprende lo que sufro, esa que siempre me acompaña.
No pegues a la puerta, ahora está cerrada, no quiero intrusos, no quiero gente que choca con mi casa, no quiero fisgones de mi alma, no quiero que penetres más allá de la frontera que mi cuerpo te marca. Aléjate de mí, no quiero amotinadores de mis sentimientos dormidos, no quiero alborotadores de los recuerdos que me empañan, no quiero insurrectos en mi alcoba, sólo quiero estar sola y sólo quiero olvidar.
Que nadie urge en mis heridas, que nadie sepa que me he sentado en el abismo de mis recuerdos, impidiendo que se desplomen al precipicio, frenando que de mi lado se vayan. Quiero inmolar lo sufrido, quiero cerrar los ojos y volver a sentir la calidez de una mirada, la complicidad de formas, el acople perfecto de dos almas. Que nadie me quite mis remiendos, que nadie usurpe esos sentimientos que nacen de mis entrañas. Que nadie interrumpa mis pensamientos, que me dejen tranquila dentro de mi coraza.
Que sólo quiero estar sola, que sólo quiero olvidar.
Me marcho para seguir sintiendo, para no perder la certeza y la confianza, para volver a mis orígenes, para adentrarme en la parte primitiva de esta mujer que se cansó de ser sensata.
Quiero caminar desnuda, deshacerme de todos los lazos que me atan, introducirme en la parte oculta de mi cueva, en la parte escabrosa de mi morada. Quiero mirar frente a frente a mis miedos, enfrentarme a ellos y ponerles cara, que nunca más paralice mis acciones, que nunca más mantengan mi boca callada.
No te acerques a mí, que quiero ahogar mis penas entre acordes y guitarras, no golpees la puerta, ya te he dicho que está cerrada. Así permanecerá por mucho tiempo, ya no quiero aventuras nuevas ni gente vana. Me cansé de dar explicaciones, me canse de ocultarme entre los velos que cubren mi piel de sensaciones varias.
Me camuflo entre mis letras, me inserto entre los párrafos de mis páginas, me encierro en el mundo gigante de los libros, me invento mil aventuras y vivo el amor perfecto de dos almas.
¡Dejadme tranquila dentro de mis recuerdos! ¡Qué nadie interrumpa este navegar por las grutas de mi infancia! Necesito volver a  mis orígenes, a las manos limpias y la boca sabia.
Qué el mundo se detenga, que no quiero seguir girando entre cabriolas y acrobacias, soy mucho más humilde, voy a corazón abierto con la franqueza como coraza, cansada de darme la vuelta y echar a correr porque de nobleza tu no te acicalas.
¿Cuándo te darás cuenta? ¿Cuándo bajarás tus armas?
Batallando por escalar peldaños, por subir de golpe la montaña, intentando ver la cima de la cumbre sin disfrutar los enigmas de la escalada.
Hay un mundo de luces que iluminan tus pisadas, que te indican el camino, que te muestran claramente en que lugar encajas.  Pero te empeñas en complicar lo simple, en marañar los designios, en entorpecer lo que el cielo te regala.
¡Es todo tan sencillo! Hay tantos lazos invisibles que te hablan, que te muestran el pasaje de tu estirpe, que te indican los hilos que se han cosido al destino que para ti se marca.
Pero insistes en mirar con los ojos, en vez de sentir con el alma, haciendo caso a tu razón y desterrando lo que tu corazón te habla.
Las evidencias corren por pasadizos oscuros, se ocultan para que tú eleves tus alas, mires fuera de ti, dejes de llorar por  nada.
Que imbéciles somos a veces, ignoramos lo sublime de una mirada, desvaloramos a quien te tiende la mano y elevamos a quien de enigmas se engalana.
¿Alguien puede decirme porqué callamos? ¿Por qué ocultamos lo que sentimos cuando es tan bello amar? ¿Por qué dejamos escapar a las personas por nuestros egoísmos y miedos? ¿Por qué siempre buscamos algo más?
¡Es tan difícil sentir un beso! ¡Es tan complicado un acople perfecto! ¡Es tan inusual calzar la nobleza en los mismos zapatos!
No, mejor olvidar… Es mucho más fácil que luchar por lo perdido, por lo que hemos dejado escapar.
¿Cómo dejar el ego a un lado? ¿Cómo abrir los labios y decir un te amo?
¡Cómo darnos cuenta que esta vida es un suspiro y mañana no sabemos si estaremos en ella navegando! ¡Cómo aprovechar este instante, este que ahora te regala la vida para sentir, para besar, para acariciar, para hablar, para reír, para oír, para caminar, para contemplar la belleza, para simplemente vivir!
No, mejor olvidar… meterme en mi coraza y esperar…
No roces mis pupilas, no palpes mis lágrimas que se derraman, me encierro en mi mundo, me escapo de esa humanidad que esconde sus sentimientos para que nada les dañen.
Me cansé de sus ruidos, de sus gritos escondidos en sus gargantas, de sus sentimientos disimulados, de esa falta de confianza.
Me reuniré con mis recuerdos, me sentaré a la mesa con la esperanza, restituiré lo perdido, y dormiré esperando a que un día pegues a mi puerta, seguro de lo que amas. Me enamorarás con lo que escribes, con la pluma que empuñas en tu mano tibia y calmada.
Sé que aparecerás un día, y mientras tanto, mientras espero, cierro la puerta, me meto en mi mundo. Quiero estar sola, quiero olvidar.

Hiladora del viento 27 de octubre 2010

lunes, 18 de octubre de 2010

SIN SABER EN QUE INFINITOS CIELOS TE ENCUENTRAS

Hoy percibo tu aroma en el aire, sueños borrachos de fragancias riegan mi noche. Abrazada a mi almohada te siento. Te invento en la oquedad de este momento, sé que me esperas mientras calmas tus horas de soledad llenando tus bolsillos de sonrisas.
Miras al cielo y te preguntas ¿Dónde estará ella?
Deslizas tus dedos por mi espalda negando mi cuerpo de bálsamos de calma, Siento el aliento de tus palabras provocando cada esquina de mi cuerpo. Te deseo aún si saber en que infinitos cielos te encuentras. Sé que estás ahí, regalando sin pudores tu dolor, para que puedan aprender de él aquellos que te escuchan. Vives libre de orgullo, derramando tus verdades en cada vaso de vino. No le temes a mi mirada, sabes que ella es franca y directa. Te dice lo que siente sin  movimiento de manos, ni de vueltas. Nunca entendí para qué esconder las palabras, para qué ocultar lo que es intrínseco al hombre que habita este planeta.
Te invento en cada estrofa, te moldeo en cada sílaba, quiero dejar señales para que puedas encontrarme, para que cuando aparezcas, sepas reconocerme en estas letras.
Yo te hallaré entre los escombros, desempolvando tu mente inquieta. Tus labios hilaran vocablos y tu voz hará que me tiemblen hasta las piernas. Verás más allá del disfraz en el que me escondo, me quitarás una a una todas mis caretas, trastocando mis verdades y descosiendo la decencia. Te hallaré por tus pies cuando caminen, en tu boca cuando bese, en tus labios cuando rían, en tus manos cuando la deslices por las curvas de mis caderas.
Serás libre de enjuiciamientos, provocarás la parte tímida de mi entrepierna, abortarás con tus axiomas mi raciocinio preñando de libertades lo recatado de mi conciencia.
Serás un niño vistiendo de traje, jugando a despertar la pícara mirada que te desconcierta, me oculto tras finos modales pero lo profano siempre me tienta. Te hallaré, en tus palabras llenas de sentido, en lo que calles, en lo que cuentes. En ese miedo contenido, en ese viajar sin  mochilas ni maletas.  En tus mil caras, en tu mirada inquieta, en la piel aletargada de recuerdos, en el dolor que has cosido a esas heridas que no cesan.
Te hallaré porque no escondes lo que sientes, porque te arriesgas, porque luchas en batallas perdidas y nada nunca te desalienta. Te hallaré porque te aproximas lentamente, atándote a mi piel sin que me entere, colmando de sonrisas mis lunas y atiborrando de carcajadas los bolsillos de mi chaqueta.
Caminarás visible mi mismo camino, no a mi lado, que es demasiado cerca, que mi libertad ignore que existes, que ella no entiende de fronteras.
Me enamorarás por lo que escribes, porque descifras todo lo que escondo entre estas letras, porque eres aprendiz de hechicero y maestro en enlazar vocales en fonemas.  
Te hallaré buscándome sin buscar, te hallaré cuando mi búsqueda se desvanezca, sé que estás esperándome, sé que en algún lugar riegas cada día las flores del destino para que emerja.
Y mientras tanto, y mientras llegas, te invento con mis palabras, te invento hilando sueños y pensamientos, nunca atándome sin amar, nunca eligiendo por mis carencias.
A veces me desespero, me asfixio en esta soledad que no halla respuestas. Me hundo en los desiertos del caminante, aquel que todo busca y nada encuentra.
Sin saber en que infinitos cielos te encuentras, te escribo para sentirte, para apresarte entre estas letras, para imaginarte, para tenerte, para crearte y darle forma a una quimera. 
Sé que tú también viajas alto, tal vez demasiado cerca de las estrellas, nueve lunas has de navegar hasta encontrarnos surcando historias en la misma guerra.
Pero no desisto, aprendí a esperar, por ti, todo merece la pena.



viernes, 8 de octubre de 2010

VIVIR ES SENTIR

Lo olvidaste…

Pataleabas como un niño sobre la alfombra de tu cabeza quebrándote la sonrisa, haciendo añicos todo lo construido.
Atabas las comisuras de tus labios a tu rostro para que no se desdibujara tu postín. Mascara de risa y dicha cubriendo de polvo el ayer. Revoloteabas y fingías vivir.
Sujetabas tu cabeza entre las manos, te hacías tantas preguntas tan inútiles como el tiempo vivido en soledad. Repetías una y otra vez, lo siento, no puedo hacer nada. Y como un niño asustado recomponías la verdad con los retales de tu vida.

No, no me digas que has vivido más que yo…que tú no sabes lo que es vivir
Estaba oscuro, lo sé, se hacía de noche mientras esperaba.

Paseabas la libertad como bandera y tapabas con lágrimas el porvenir. Huías de todo y de nada, el tiempo estaba por venir.
Rugía el motor de tu vieja chatarra, cansada de existir.  Reía, gritaba, callaba, esperando resurgir.
Títeres de un teatro sin cuerda, sentado en el palco mirando el porvenir, la función se había acabado, y todos permanecían allí.
Volaban alto los sueños, aquellos que inventaste para existir.

Lo recuerdas…

Te percibía mientras pronunciabas frases sin sentido, permanecías orgulloso sobre el pedestal mientras con aire de indiferencia utilizabas tus labios para entonar palabras y unirlas en aparentes conceptos.
Tú y tu orgullo te impedían ver más allá de esta solapada apariencia, no te permitían distinguir entre lo soy y lo que parezco.
Te oía mientras mi alma sonreía, hacía tiempo que jugaba al escondite ante personas como tú. Ante marionetas del mundo que creían haber vivido porque se disfrazaban de coraje y contento.
Me instabas a mirarte, a contemplarte, fanfarroneabas de pintadas apariencias, empujándome a observar eso que decías llevar por presencia. Ese cuerpo modelado por horas de tedio y esa mente educada en el más absoluto silencio.
Esa soledad enmascarada en libertad y esa ignorancia sepultada en el baúl de tus complejos.
Nunca comprenderás que mis ojos no podían verte, que ellos planeaban sobre cielos más altos, libres de todo lo mundano y todo lo establecido en las bases de ese juego.
Blasonabas de haber residido en cinco ciudades diferentes de distintos continentes, haber trabajo en los mejores bufetes, haber conocido lagos, ríos y océanos y haber tenido mil relaciones y mil experiencias diversas.

Y presupones que has vivido más que yo. Tú no sabes lo que es vivir…

Vivir es sentir…llenar de emociones tu guerra. Tirar de una patada todos los muros y permitir que te acompañe la alegría y la pena.
Es haber llenado tu vida de sueños, de ilusiones y remiendos… y sentir como alguien puede llegar y arrebatártelos con un solo beso.
Vivir es transitar callejones desiertos mientras todos creen que navegas en barcos de viento.
Es amar con las vendas del miedo cuando quien dice amarte colorea tu mejilla de morado y centeno.
Ignoras lo que es cosechar sueños mientras tienes que esconderlos. Labrar esperanzas en la infertilidad de una granja y recolectar paciencia para comprender porqué la vida te ha dado la espalda.
Y mientra tanto… mientras todo esto sucede, ignoras lo que es llenar tus escombros de vasos de leche y pañales, instruyéndote en el master de la compresión y la calma, y graduándote en la facultad de psicología, magisterio, biología y bellas artes.

No, tú no sabes lo que es vivir…

Paseabas por la vida mientras ella pasaba por tu lado sin rozarte. Te amparabas en el dolor para no luchar por tus sueños. Buscabas y buscabas en cada boca esa agua que saciara tu sed ignorando lo que significaba vivir en un desierto.
Desconocías las leyes de la paciencia, del sacrificio y la impertinencia. Desconocías lo que era vivir con seis manos, seis pies y tres cabezas. Permaneciendo siempre despierta a la espera de la tos ferina, la neumonía o la varicela.
No, no sabías lo que se sentía cuando la soledad acompañaba mis madrugadas y la incomprensión dormía al otro lado de la cama.
No sabías lo que sentía cuando el rencor acariciaba mi  brazo y yo sólo sentía rechazo. No sabes lo que era odiar y amar al mismo tiempo, sin poder alzar la voz en el viento.
Vivías en el interior de tu castillo de cristal observando el mundo pasar… Presumías de frialdad y control entre las murallas de tu fortaleza…
Creías vivir porque tu cuerpo transitaba calles y avenidas… porque balbuceabas palabras entre mentes estrechas y mantenías conversaciones de actualidad y falsas promesas.

No, tú no sabes lo que es vivir…

Es romper todas las cadenas, correr hacia el abismo y detenerte antes de caer al inframundo sin tejido ni tela.  
Es abrir tu pecho en canal y dejarte llevar por la pasión de corre por tus venas.
Es amar sin descanso ni tregua, es introducirte en el interior del huracán y penetrar en el manantial de devora tu esencia.
Es desear morir despacio, es anhelar envenenarte con el frasco de su indecencia.
Es caminar sobre la cuerda de la realidad mientras tus brazos se aferran al trapecio de las altas esferas.
Vivir es saltar todas las barreras, destapar todas tus fingidas miserias y andar desnuda sin tapar el dolor y la pena.

No, tú no sabes lo que es vivir…

Atraviesas las inexistentes avenidas de tu existencia con fingidos esquemas. Te abrigas entre los brazos de la cordura y la prudencia. Atizando a tus palabras a ser comedidas y a no surcar las calles de la sinceridad cuando de sentimientos se alimenta. Escondes tu dolor en el armario de cosas para olvidar, cerrando con llave la puerta. Y camuflas de calma tu tempestad para no alterar ese volcán que hierve por eclosionar.

Presupones que has vivido más que yo… Pero… tú no sabes lo que es vivir…

No sabes lo que es que el dolor rasgue la tela de tus harapos, desgarre la fibra de tu sonrisa y descuartice los espacios de tu inocencia.
No sabes lo que es despertar sin madrugadas y dormir sin tus sueños. Morir porque estas viva y vivir porque estás muriendo.

No, no sabes lo que es eso

Ignoras lo que se siente cuando has bajado al infierno y de pronto una mano te eleva hasta el cielo. Acaricia la mejilla de tu esperanza y restaura el color de tu pelo.
No, no sabes lo que se siente cuando ese alguien te coloca delante de tus espejos y descubres a una mujer que se desgarra por dentro. Devolviéndote tu identidad y deportando la pantomima al destierro. 

No, no sabes lo que se siente cuando después de la tormenta llega la calma, pernoctando en su vientre y cobijando el deseo entre las sábanas de mi almohada. Alojando su alma en mi alma y despertando mis ansias cansadas. 

No, no sabes lo que se siente ahora que volvieron mis pasiones robadas, mis caricias postergadas y sus manos arrullan mis madrugadas.

Estaba oscuro, lo sé, se hizo de día mientras esperaba…

INTENTANDO NO DESHACERME DE TU ALMA era una forma muy dura de vivir: prohibiéndome recordar y aterrorizada con el olvido.

Tu figura se desdibuja en el espejo de mi recuerdo, el reflejo de tu luz se ha convertido en sombras. Evoco entre sueños tu imagen y se ha perdido en el silencio. No puedo mantenerla anclada en el puerto de la esperanza, ya no queda resquicio de aquel destello.
Elevo mis manos intentando detener los perfiles de tu cuerpo, pero se van con el viento y ya no puedo detenerlo. Visiones borrosas que me recuerdan el albor de un amor que llenó mi alma, pero que ya danza lejos de aquella llama.
Me resisto a que se desvanezca la imagen de tu mirada, esa por la que temblaban mis entrañas, perdiendo la cordura y la calma.
Pero los filamentos del lazo que nos ataba, se van deshaciendo y va aclarando todas mis lagañas. Ya no veo príncipes, ni héroes, ni Ángeles en tus hazañas, sólo una imagen difusa de un hombre que despertó mi alma.
A veces viajo al horizonte de mi memoria y permanezco allí para evitar que te vayas, pero… te vas disimuladamente sin dejar atisbo de tu presencia en esta casa. No quiero que se pierdan mis recuerdos, no quiero deshacerme de tu alma, pero… te estás yendo como la arena que se derrama de mis dedos y se asienta en otra playa.
Rescato tus manos entre mis sueños y acaricio la piel de mi almohada, sintiendo
Vibrar mi cuerpo, pensando en la pluma que escribía canciones en la epidermis que cubre mi alma.
Me enseñaste sin querer, a crear música entre las cuerdas de tu guitarra, afinando en cada letra, en cada canción cantada, un ritmo de movimientos, entre sostenidos, acordes y escalas. Barítono de mis emociones, tenor de mis plegarias, fui soprano entre tus manos en intervalos de segunda, tercera y cuarta, tocando el cielo en cada nota aún cuando tus dedos no me rozaban.
Escribo para tenerte, para impedir que de mi recuerdo te vayas, te mantengo vivo entre mis yemas y las teclas de mi instrumento, sin cuerdas, tambores ni palmas.
Pero… te vas como la infancia perdida, como la anciana que quiere recuperar la tersura de su piel cansada, llena de pliegues, vivencias y añoranzas de una vida que se aleja, y no puede hacer nada para alcanzarla.
Te difuminas en el tiempo, en el despertar de cada mañana, ya no estas entre mis pensamientos, ni recuerdo la dulzura de tu voz llenando de paz mi templanza.
Sé que no encontraré otro amor que haga vibrar mi alma, que me haga desesperar por un beso y me impulse a desear la sangre que corre por sus venas, más que el cuerpo que le acompaña.
Pero… su mirada me hará hermosa, sus manos recorrerán sin prisas la desnudez de mis palabras, la osadía de mi boca y la lengua que de saliva se baña. Él verá más allá de aquello que tú nunca quisiste ver, una mujer segura de lo que ama, que se viste de sencillez  y de nobleza se calza.
No quiero que se pierdan mis recuerdos, no quiero deshacerme de tu alma. Pero ahora vuelvo a sonreír, ya no hay frialdad, ni rechazos, ni esperanzas vanas. El amor es mucho más que palabras, se demuestra en cada gesto, en cada sonrisa robada, en realidad nunca me amaste, quise ver donde no había nada.
Vivo libre por el mundo, nunca más atarán mis alas, aunque mi corazón nunca vuelva a latir tan fuerte como el huracán que descubrió la mujer ardiente que dentro de mí se hallaba.
Te desvaneces en mi cabeza, ahora no hay ocupas que me distraigan, te evaporas sutilmente, dejando vacía la estancia.
Pero aún elevo mi mano, una, porque la otra ya está ocupada, intentando engañar a mis recuerdos, intentando no deshacerme de tu alma.

¿DÓNDE DEJÉ MIS ZAPATOS?


Paseo lentamente por el callejón de mi destino, apreso entre mis manos mi equipaje y avanzo con paso firme. Miro hacia atrás y lloran mis ojos, abrazo mi maleta de recuerdos intentando detener el tiempo, pero ya se ha ido. Camino dejando en la trastienda mi sonrisa empachada de nostalgia y miro hacia adelante. A lo lejos puedo verlo, me está esperando engalanado de esperanzas y sueños, pero yo no puedo correr a su encuentro.
Giro mi cabeza en un intento de aferrarme a esa última mirada, pero tú miras hacia el suelo. No me sueltes, te pido, no permitas que me vaya…
Prosigo agachando la cabeza, sé que es mi momento, es hora de huir de tus palabras, aquellas que enamoraron a mi cuerpo, él me espera.
Y ahí me encuentro yo, parada entre dos mundos sutiles, sin saber si quiero volver hacia atrás e incapaz de salir corriendo hacia adelante y abrazarle tiernamente como él se merece.
Desde aquí puedo contemplar el arquear de sus labios, sonríe mientras yo intento comprender que estúpida razón me detiene.
¡No mires hacia atrás! Me digo. Sigue tu camino, ya has dado el primer paso.
Distingo mis pies descalzos pisando sin acierto entre las piedras de esta avenida que esta vez no he emprendido en solitario. ¿Dónde dejé mis zapatos?
Me duelen los pies y no reconozco el sabor amargo de este naufragio.
Transcurren mis pensamientos por heladas avenidas mientras mis ojos contemplan la calidez de sus halagos.
Puedo verlo, esta vez puedo verlo…Pero ¡está tan lejos! No consigo alcanzarlo.
¿Cuánto tiempo llevo caminando con mis pies descalzos? ¿Cuánto tiempo he perdido en curar las heridas que me he infringido a diario?
No lo sé, y a decir verdad, no recuerdo si alguna vez tuve zapatos…
Todo debería ser más sencillo, pero soy complicada ¿Qué voy a hacerle?
Nunca he caminado como todo el mundo, aunque siempre han intentado encauzar mi vida por travesías estrechas, adiestrándome en la miopía y en las correctas apariencias.
Ya desde pequeña ataban mis zapatos con dos vueltas para que no deambulara entre su realidad palpada y mi solapada ceguera.
Nunca comprendieron que no había soga que me atara a la tierra, aprendí a volar sin alas y a descalzar mis pies de esas cuerdas que lo apresan.
¡He surcado tantos mares intentando encontrar la verdad de las esencias! deshilvanando los hilos con los que cosieron mis alas, cuando al fin se dieron cuenta, de que nunca podrían detener mis sueños, ni vetar lo que me correspondía sin tapujos ni reservas.
¡He perdido tanto tiempo en encontrar mi vuelo! ¡En desarmar lo ya armado tantas veces para comenzar de cero!
Y estoy cansada, aunque ahora que lo pienso, tal vez sea el dolor de mis pies lo que me hace caminar tan lento.
¿Dónde dejé mis zapatos?
¿Por qué preferí andar descalza que adaptarme a camuflar mis pensamientos?
No sé cuanto tiempo llevo caminando arañando el interior de mi sustento, no sé cuanto tiempo he soportado el dolor que llevo dentro.
Aprendí a circular sin calzados, sólo así podía ignorar su juego, ese que hacía llevarme por callejones concurridos donde no había cabida para los proyectos de mi cuerpo.
Me deslizaba de puntillas para que nadie percibiera mi movimiento, siempre en la sombra, oculta debajo del aletear del viento.
Taparon mi verdad con las mantas del silencio, ocultándome sin piedad en los barrotes de mi cuerpo. Callada sin hablar, permanecí en el anonimato más intenso, intentando disimular la tempestad que se desataba por dentro.
Silenciaron mi verdad, me callaron por un tiempo, me adapte sin rechistar a ese mundo insulso llamado “lo políticamente correcto”
No me protegí los pies, porque volaba muy lejos de todo aquello, elevé mis alas tan arriba que ignoraba que la vida se lidiaba en el suelo.
Olvide el dolor de las palabras, esas que simplemente se dicen por despecho, enterrando las pasiones del amor, el odio y el descontento.
Pero mientras todos paseaban su dogma por los confines del reglamento, yo me debatía entre vivir muriendo o morir por vivir mis sueños.
Y un día como cualquier otro, me miré al espejo, absorta y sin palabras, intentaba reconocer el disfraz que envolvía mi cuerpo.
¿Quién era esa mujer que simulaba mi yo verdadero? ¿Qué hacía ella usurpando mi puesto? Y no hubo respuestas sólo hubo silencios…
Un silencio tan profundo que caló hasta el manantial de mis huesos, derrumbando sin pudores todos los impedimentos del cuerpo.
Y… nací para vivir de nuevo, para ser yo, sin mascaras ni falsos intentos. Era libre para sentir, después de haber ahorcado mis sentimientos.
Y ahora no puedo callar, ya nada ahoga mis lamentos, no oculto lo que amo ni escondo lo que siento. Vivo para sentir, para experimentar la grandeza de estar viviendo, en este mundo lleno de guerras, de hipocresías y maravillosas revueltas.
Amo lo imperfecto, lo impuro hasta lo indecente. Ya no pongo travas a mis impulsos ni juzgo los actos que no entran en mis modosos pensamientos.
Tus palabras me hicieron libre, podías amarme tal como era. Podía ser yo, yo, sin envolturas externas. Nació una mujer que amaba la libertad, la libertad de poder ser como quisiera, ya no hay reglas marcadas, ni falsos esquemas.
Me descubro en cada palabra, en cada risa, en cada gesto…
No sé lo que soy, pero si sé lo que no quiero.
Doy porque me gusta dar, es así como siento.
No tengo nada, solo tengo mi voz, mis palabras y mis pensamientos.  Pero siempre me hallarás desnuda y llena de argumentos.
Desarmo tus verdades, abro la puerta de tus silencios, vivo sin prejuicios y sin  maldades, aquí no hay malos ni buenos. Te azuzo para que despiertes, intimes con la vida, y no tengas miedo al dolor que te acecha. Espabila, sal de tu letargo, que la vida es de quien se arriesga. Siempre me pondré en tu lugar, aunque no encuentre respuestas. Respetaré lo que eres y si no me gustas me daré la vuelta. Sólo pido sinceridad, humildad y nobleza… por mucho que lo quieras enmascarar siempre veré más allá de tu fingida apariencia.
Ya amé de verdad, sentí el amor con toda su magnificencia, capaz de morir por ti y dejarlo todo por estar a tu vera.
Ya sentí el dolor, grité, lloré, estuve en la cumbre y bajé a los infiernos… pero viví, sentí, me rozó la vida y hasta pelee con ella…
Pero es hora de partir de esta estación, él me espera sin travas ni cadenas. Aunque es difícil decir adiós a ese amor que te abrió la reja. Pero sé que no puedo postergarlo más, ahora sonríen mis labios cuando su boca se acerca, cuando hablan sus palabras y cuando espero impaciente verlo aparecer entre la niebla.
Así que no miro para atrás, camino adelante con la vista serena, con lágrimas en los ojos, pero alegría en mis venas.
Ha llegado sin avisar, yo que no tenía impaciencia, nada tenía ya que esperar, hace tiempo que el pasado cerró la puerta.
Seguía anclada en tus palabras, en ese tiempo que te ame sin tregua, esperando sin esperar que algún día tu volvieras. Pero llegó él sellando todas mis quimeras, dándome alas para volar y fuerzas para desatarme de tus cadenas.
Ahora sólo sé que quiero sus labios besar y probar la miel de su colmena, no sé si será real o sólo el sueño de una princesa.
Pero ha llenado mi vida de ilusiones y guerra, vuelvo a estar viva, vuelvo a pensar, que el amor no es dolor, sino el placer de soñar despierta.
Contemplo mis pies, calzo zapatos, ya he aprendido a proteger mis pies cuando camino pisando el suelo, ya no necesito volar, me gusta lo mundano.
Ahora ya no ando de puntillas, piso fuerte, y hago sonar mis caderas a cada paso.
Miro hacia atrás, tú aún observas, no sé si mi caminar o alguna otra damisela.
¿A qué esperas? grita mi alma ¿por qué no corres en busca de tu felicidad?
¡No ves que te espera al final de la calle!
Levanto mi cabeza y ando serena, avanzando lentamente entre la avenida que me espera, de pronto miro hacia delante, lo veo de pie, sé que me observa, me hace grande, me hace eterna… Y me pregunto ¿A qué esperas?
Cojo carrerilla y echo a correr, dejando atrás todas mis penas, el pasado que tanto amé y que me encadenó a una contienda.
Vivo el presente que está en él, en cada llamada, en cada palabra escrita y en cada encuentro. Permitiéndole entrar en mi vida sin pasado ni recuerdos.

martes, 5 de octubre de 2010

BULIMIA INDIGESTA DE SOLEDADES



BULIMIA INDIGESTA DE SOLEDADES

Silencio, hoy pido silencio, que busco un lugar donde ella pueda anidar. Se ha cansado de rodar por el mundo, de circular enlazando pensamientos, de unir plegarias, hasta de sepultar sentimientos. Hoy esta borracha de tanto murmullo, de tanta mentira disfrazada, de tanta mesura de formas, de tanta falsedad camuflada. Hoy necesita descansar, encontrar un fragmento en el mundo donde sea acunada, donde alguien me mime, donde pueda  desnudarme libremente sin pudores ni vergüenza por descubrir lo que dentro de ella se halla.
Perdida en vocales busca sin rumbo fijo sus palabras, sus frases, sus historias. Siente la soledad instalada entre los párrafos, ya no hay concordancia de géneros, ni melodía en las estrofas, ni confianza en cada línea.
Necesita encontrar ese lugar donde el poeta me ordene, me calme, me acaricie, le devuelva la esperanza. Esta cansada de enredarme con los libros, de sentir sus pisotones, sus codazos, sus desaires. De no ser comprendida, ni escuchada, ni sentida. Cansada de que sigan usándome como arma en la batalla, como aguja hilvanando trajes, como felpudo de lágrimas.
Pero yo he de adentrarme en la oquedad de este cuerpo, dar forma a lo que siente, transformar su dolor, hilar sus conceptos en papeles de cristal, cristales tan frágiles como ella se encuentra en este momento.  No pidas que te mire, que ella me necesita en el interior de su guarida, se ha escondido para pasar desapercibida, para que nadie descubra su agonía, el desierto de su aurora,  la intensidad de su congoja.
Que nadie revele que el plomo circula por sus venas, que la pena ha invadido las estancias de su casa, que de su boca no me deja que salga.
Sus dedos no pueden permanecer callados, gritan estampándose en teclas, en pinceles, en barro.  Aúllan espantando al raciocinio recatado, al puritano de formas, al púdico de normas. Acarician lentamente la piel  de su semblante, disfrazando su melancolía en sonrisas y las lágrimas en alegría.
Pasea por el carril añejo de sus recuerdos, aferrándose al calor de sus brazos maternos, necesita la hoguera de sus ancestros, el acunar de su menudo cuerpo, el calor de mil caricias, el olor arcaico de la leche rezumando por sus pechos.
Recuerda sus andares pausados, sus abrazos en las noches de pesadillas, su inocencia en la mirada,  y su bondad cuando de un mendigo se trataba.
Ella le mostró el valor de lo sencillo, lo modesto de su casta, el caminar por caminos vacíos, de falsedades y marañas. Era noble de estirpe, noble sin dobleces ni disimulos en las palabras, amaba a corazón abierto, nada podía dañarla.
Su mochila llevaba al hombro, cubriéndole las espaldas, nunca refunfuñó por lo vivido, nunca hubo un mal gesto, ni sonrisas zafias.
Hoy necesita una mano donde apoyarse, un hombro donde derramar sus lágrimas, pero sólo quiere callarse, y hundirse en los recuerdos de amar y ser amada.
Se hunde en los abismos, deshilvana los sueños que ha cosido a sus pestañas, sus suelas se pegan al asfalto frío, y se detiene en la escalada.
Hoy nada es sencillo, hoy le pesan hasta los hilos de su manga, aunque camine desnuda, siente que lleva una pesada carga.
Desea volver a sus orígenes, a la niñez donde su madre la acunaba, echa de menos su cariño, echa de menos sus roces de almas.
A gritos le pide que la auxilie, que le de luces a su esperanza, su farol se ha extinguido, ya sólo ve destellos que se apagan.
¿Nada es verdadero? ¿Nadie entiende el lenguaje que ella habla?
¿Donde quedaron las palabras de aliento?
¿No queda nada de los vestigios de sus batallas?
Silencio, que ella no me escuche, que no perciba que la tinta se derrama. Es pudorosa de pensamientos, es reservada para sus dolores de entrañas.
Hoy no se dará cuenta, hoy se ha escondido en la gruta donde vive su voz más calmada, la que la escucha sin enjuiciar su mutismo, la que llora sin derramar ni una lágrima. Ella pasea por el mundo, con la fortaleza cubriendo su capa, engaña a las mentes obtusas, miente a aquellos que no ven más allá de su fachada. Nadie se percata que sufre, que necesita que despierte a ésta que habla.  Necesita alzar su vocablo y nadie escucha su voz callada.
Vive encerrada en su mundo, ese donde nada puede dañarla, adulterando a los sentimientos, y huyendo cuando se aproximan a su alma.
Se engaña de mil maneras distintas, se disfraza de gente huraña, simplemente para que nadie pueda acceder, al umbral de aquella su casa.
Controla sus sedientas avenidas, Somete las voces primitivas de su casta, esa que le hace reconocer, a aquellos que son de su misma raza.
Si rozas su corazón, dará un respingo y hará que te vayas, pintando de ausencias su boca y de distancias los sentimientos que en el fondo le empañan.
Aprendió en su niñez a esconderse en su coraza, nunca cosiendo a su piel los fuertes sentimientos que le harían tambalear su estampa.
Vive sin rozar la vida, sin sentir sus pisotones de pies ni sus abrazos, siempre huyendo del dolor, siempre huyendo de todo contacto.
Pero hoy se siente sola, hoy echa de menos un rozar de dedos, un columpiar de llanto, hasta un puntapié, hasta una punzada de espanto.
Y aunque llena su mundo, de copiosas golosinas que siempre la empachan, su vacuo corazón nunca se sacia. Bulimia indigesta de soledades, de conexiones de alma, de miradas silenciosas en las que no hacen falta las palabras.
Silencio, no trasmutes el sentimiento, no pongas en tu boca mi aliento, ni le des voz a estos pensamientos, hoy no, hoy no quiero. Me dice ella quebrando el viento.
Y yo… me escapo sin pedir permiso, grito desde su garganta, sin elevar ni un solo sonido, uniendo sílabas en palabras.                    

Hiladora del viento 5 octubre 2010