sábado, 3 de septiembre de 2011

EL DESPERTAR DEL NENÚFAR


                      EL DESPERTAR DEL NENÚFAR

 Nace el primer escalofrío, en el epicentro de este temblor que sonroja mi carne. Repta en el flujo hacedor, la salvia que solapadamente me insta a beberte.  Ruge el aire, y en la linde de la cordura, se sostiene el deseo.

Soy tallo que no cede a tu paso. Rizoma, engendrando Nenúfar,  en el letargo invernal donde se acallan sus flores. Soy lamento, en esta oquedad nocturna, donde llega la primavera.

Habla la sangre y la calma los huesos.

Sofoco este fuego, con la arena solitaria que robé de tu playa. Mitigo mi hambre y apaciguo las brasas, que prendidas permanecen sedientas.

Pero… cruje el aire y en los suburbios del sentir, se rompe la diáfisis de la matriz ósea, que sostiene este esqueleto. Me adentro en el fondo de este estanque de aguas mansas, elevo mis flores, desprendo mi aroma, te siento muy dentro,  y...

Yerra la tenue luz, que agoniza las sombras. Yerra la mano que calla al grito y la boca, que sostiene las letras furtivas, que se ocultan en ese bosque anegado de mutismos circunspectos.

Yerran todos los intentos, de acallar este aullido, en el manantial de este yo proscrito, que cansado de media voz, se eleva hacia la fuente que adultera los silencios. Explosiona una emoción, derramando su lava, por los perfiles rectilíneos de este sentir, mutilado en las madrigueras de mi cuerpo.

Me resigno a este yo, que late por latir. Me aferro al fuego eterno, a los barcos a la deriva, a las arenas movedizas y a los pasadizos secretos. Me aferro al frasco lleno, a la chistera con conejo, a la pluma con tinta, a los orgasmos con dueño.

Claudico ante la evidencia. Ante lo arcaico de la raza, ante lo primitivo de la esencia.   

Y en el alud del deseo, se abren los pétalos, se muerden la carne, y penetra la lengua en la guarida secreta de los sabores sin dueño.  Danzando sedientos, saciando la sed, en el manantial donde todo nace, donde todo crece, donde se mitiga el ansia, la bulimia de esta hambre, que chorrea por mi espalda pidiendo clemencia.

Reptan tus ramas por la curvatura perfecta de la cintura acuñada. Desatando a la fiera, a la niña indomada, a la diosa del agua, al gameto que hierve en las ascuas, avivando este fuego. Evaporándose, por los pliegues de esta piel, los olores lascivos, que despiertan tu aliento.

E irrumpes procaz, en la cueva sibila que reconoce tu aroma. Fosa, que evoca a los efluvios de la llama perpetua, a las noches sin calma, a este indecoroso deseo que no responde al tribunal de la decencia.

Y me abro famélica en busca de la cascada, de ese torrencial que fluya bajo mis piedras, que anegue todas mis estancias, que inunde la tierra yerma.

Pero en el cristalino del ventanal despierta el día y reconoces mi estirpe. Los infiernos que me arden por dentro, los albores de la eclosión, los avernos que preñan mis miedos.  

Y entonces, beso tu boca, cierro mis pétalos y vuelvo a mi invierno.

Hilave septiembre 2011

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