viernes, 1 de octubre de 2010

Morir en tu hoguera

MORIR EN TU HOGUERA

Desnuda sin pudores en el alma mis pensamientos recorrían  cada movimiento. Tu boca hablaba mientras cuidadosamente se adentraba en los confines de mi cuerpo.
Acariciabas lentamente la curvatura de mi espalda, y yo, cerraba los ojos para poder entregarme por entero a ese estremecimiento que desbordaba todo lo antes imaginado. Sentía como tu badana se fundía con mi epidermis y se hacían una. Tus manos se deslizaban sutilmente por el contorno de mi silueta, deteniéndose en cada curva, en cada pliegue de mi membrana. Mi guarida se inundaba de aguas, y yo en un intento de sofocar la sublevación de los latidos de mi sangre me amotinaba poniendo mil barreras a ese sentimiento. Pero tú resbalabas paulatinamente los dedos por mi recatada piel desatando las indecentes pasiones que se mantenían ocultas debajo del traje que cubría mi imagen.
Mientras surcabas libre de certezas los surcos de mi envoltura, mi mente imaginaba tus ojos, tus labios, tu boca y me estremecía con cada roce de tus yemas
Como serpiente fuiste reptando dentro de mi madriguera, con movimientos silenciosos  al ritmo de mi cadencia. Mis caderas se contorneaban al son de la música que se instalaba en mi sexo y mi raciocinio se evaporaba dando paso a mis sueños.
Sólo pude elevarme, evaporarme de mi cuerpo y mirar desde los confines del universo. Era mucho más que dos cuerpos, era mucho más que sentimientos, era amar desde el infinito del firmamento.
Percibía la sintonía en mi interior, los acordes entonados desde la parte más profunda de mi organismo. Tus maniobras eran lentas y pausadas, como queriendo detener el tiempo con la punta de tus dedos. Rozabas sin premura las cuerdas de mi guitarra, conteniendo mi aliento en cada nota, en cada sostenido. Ascendías remisamente y volvías a bajar, girando tu pulgar en el sentido de las agujas del reloj.
Acróbata contorneándose al son del compás, sintiendo, padeciendo, devorando las ansias del deseo. Mis simientes latían al son de la música, tu música. La que modulabas a través de los latidos. El tono fue elevándose, ascendiendo, trepando hasta la nota más alta, haciéndome estallar en aullidos de color, ritmo y sentidos.  Descendiendo paulatinamente hasta los confines de una audición sin sonidos en el tiempo.
Seguidamente tus labios se acercaron al manjar de mi boca surcando las viandas de mi lengua, penetrando en el subsuelo de mi seno.
Mis ojos te imploraban en silencio un nuevo movimiento, un nuevo toque de guitarra, un caminar obsceno sin mirones, ni pudores en el cuerpo.
Habías afinado el instrumento, provocando la contienda, la guerra sediciosa, de insurrectos en la alcoba. Habías despertado mi vena lujuriosa, pedía indulto para mis anhelos, para mis ansias, para mi destierro. Usurpando tu atención en cada mirada, en cada caricia, en cada beso. Mi organismo vibraba al contacto con tus dedos, ascendía, descendía y nada podía detenerlo.
Chasquee al alguacil de los controles de tu cuerpo, con mimosas miradas y fugaces movimientos, desbordando todos tus recuerdos.
Mis sombras gatearon los espinosos muros de la razón engatusando los designios que dominaban mi intelecto. Expulsé sin recatos los cánones regidos por mis reglados pensamientos.  
Y te vi ascender, cogido de mi mano por encima de nuestros cuerpos, sonriéndole a la luna, y guiñándole al carcelero que me tenía preso.
Un torrente de emociones hechizó el aire que respirábamos en silencio, colmándolo de luz, de esperanzas y de emancipados sentimientos.
Tus brazos me ascendieron en volandas, sorbiendo de golpe cada poro sediento de alimento, destruyendo barricadas, anegando las lagunas de la contienda, recorriendo con tu boca los caminos empedrados de la reyerta. Y recorriste mi vientre y descendiste a mi lago, y tu lengua anduvo despacio por las rendijas de mi alma desierta. Elevándome en alaridos, en cantos de voces sin letra, en tambores sin palillos, en una explosión sin guerra. Despertando a mi alma, zarandeándola a que viviera.
Y  ella despertó sedienta, ávida de incandescencia, traspasando por las ventanas de su ceguera, la lava de ese volcán que dormía en el interior de mi caverna.
Y me alcé hambrienta,  famélica de la carne que cubría la parte externa de tu entrepierna, erigiendo el mástil en cada beso, en cada roce de caderas.
Y bebí mis ganas y sorbí mi pena y caminé despacio por la piel de tus quimeras.
Y te miré a los ojos y penetré en el interior de tu linaje, traspasando tu capa externa, atravesando todas tus barreras. 
Me provocó tu pureza, me excitó tu vergüenza, aquello que ocultabas, aquello que no dejaba indiferente a mi realeza.
Y quisimos ser uno, allí donde la dualidad respira alterando nuestra paciencia, desobedientes de raciocinio, sublevadotes de mentes quietas.
Y penetraste en mi lecho, rozando las paredes con la piel que envaina tu realengo, altivo y orgulloso de ser hombre en ese momento.
Cabalgaste sin prisa, montaste sin condena, al ritmo de dos corazones que volaban por lo alto de sus cabezas. Y agitaste mi alma, y elevaste la voz de mi indulgencia, sin palabras, ni sonidos, sólo con tu movimiento de caderas.
Y solté mis manos, se escaparon todas mis reticencias, volé libre, sin mi cuerpo, conectando con lo invisible, con lo impalpable, con  lo intangible, con todo aquello que se escapa de la conciencia.
Tronamos en quejidos, gemidos y tregua, engalanando con alas tu cuerpo y vistiendo de camisa mis miedos. Luces de colores cubriendo el cielo, hospedaje de nuestros sueños. Hedonista de hechizos, libidinoso de encantamientos. Explosión de volcanes, de cráteres y calderas más allá de lo físico, más allá de anodinas esencias.
Descendí despacio, paso a paso, sin prisas ni diligencias, saboreando lentamente el sabor de esta batalla sin licencia.
Y abrí mis ojos y te encontré a mi vera, saciado de caricias, pacificando mis ideas.
Revelé lo privativo de tu abolengo, la nobleza de tu casta, la magnanimidad  de tu sonrisa, la entereza de tu raza.
Desenvolviste de papel de celofán mi cuerpo, topándome con un ser que nadaba por recuperar el derecho de ser quien era, sin tapujos en el aire, libre dentro de una pecera. Rompiste todos mis esquemas, podía ser yo, sin mascaras ni caretas.
Desataste a esa mujer que ardía entre llamas, que desconocía la verdad de vivir en la tierra, podía ser cielo o infierno, ya no había nada que me atara a ilusorias fronteras.
Recatados van por el mundo, enjuiciando mi libertad como bandera, tú me mostraste el camino, quédate a mi lado, no huyas hacia otras esferas.
Acaricia de nuevo mi universo, que el bochorno anega la parte interna de mi pierna, chamusca el fuego de mi interior, que sólo quiero morirme en tu hoguera. 

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